viernes, 16 de diciembre de 2011

La bordadora de sueños

Erase una vez una bordadora de delantales que se sentaba junto a la ventana y, entre puntada y puntada, contemplaba el campo y los árboles. Cuando las hojas se tornaban amarillas significaba que el frío venía. Y cuando los días tardaban en hacerse compañeros de la oscuridad,  llegaba el calor y con él los olores y su tiempo para bordar se alargaba.

Cada una de sus puntadas era un motivo de felicidad porque veía cómo iban tomando forma todos sus deseos y cómo cada uno de sus delantales iba convirtiéndose en un trocito de su corazón. Pero una tarde mientras bordaba un precioso delantal con los hilos del color del arco iris, ocurrió algo realmente extraño, su cabeza empezó a girar y algo parecido a una nausea le encogió el estomago, ¿qué le estaba pasando? Ella nunca antes se había sentido enferma. Intento seguir bordando pero cada puntada era un fuerte latigazo en el corazón y ya no sentía ni las ganas, ni el placer que antaño le producía su trabajo. La mujer se entristeció al pensar que quizás nunca más podría hacer aquello que había sido siempre su razón de vivir.



Delantal indumentaria
puntillas y entredoses antigüos y bordados
 A la mañana siguiente se sentó y bordó pero menos que de costumbre. Miró por la ventana, vio sus árboles y sintió unas intensas ganas de salir. Era como sí una poderosa fuerza le atrajese desde el riachuelo de su querido bosque. Como si allí estuviera la solución de su mal, corrió hacía el riachuelo y cuando llegó se descalzó, metió los pies en el agua y anduvo pisando y observando los pequeños guijarros.

Cuando salió de su letargo se dio cuenta de que bajo el viejo castaño había un niño que escribía sin parar en una vieja libreta. Se acercó a él y le preguntó qué era eso que escribía con tanta pasión. El chico le contesto que escribía un cuento muy alegre que aun en los días tristes escribía porque aquel era su mundo, un mundo en el que se encontraba libre y del que solo él era amo y señor. A la mujer esto le enterneció y le contó al muchacho que ella había sentido esa sensación hasta hacía poco. Que ella bordaba delantales y siempre había sido muy feliz con su trabajo pero que había comenzado a sentirse triste y que había perdido la ilusión y las ganas porque no sabía quién compraba sus mandiles, aquellos mandiles llenos de amor pero que le mal pagaban. El niño la miró muy apenado por que sabía que lo que aquella buena mujer había perdido eran las ganas de vivir y, de repente, se sintió poseído por la misma intensa tristeza y, pensando que el arroyo estaba poseído por un maleficio  le propuso salir rápido de allí y cogiendo a la mujer de la mano la acompaño hasta su casa.

Mientras se despedían el niño propuso a la bordadora encontrarse la próxima semana bajo el viejo castaño y, mientras tanto,  se dedicarían a hacer su trabajo sin pensar si merecía la pena o no. A la semana siguiente acudieron a la cita  y charlaron relajadamente. La mujer le contó que había vuelto a bordar con alegría y que ya no pensaba si sus mandiles eran mal pagados o quién sería su comprador.Y el niño y la bordadora hicieron el pacto de continuar siempre haciendo lo que les gustaba porque habían aprendido que en algún momento y en algún lugar su trabajo sería reconocido, por qué no puede ser malo algo que se ha creado con tanto amor y felicidad. 





Y colorin colorado, la bordadora sigue bordando.

Paño bordado en hilo sobre batista


Todas las fotos han sido cedidas por Nena Pizarro Navarrete.
Nena, gracias por compartirlo con nosotros.

Vi&Be

4 comentarios:

  1. Me ha encantado, es precioso la bordadora y el niño escribiente, que historia más bonita, que vidas más plenas tenían los dos, creativas y felices.-
    Enhorabuena
    Lourdes.-

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  2. Bonito cuento Vi,yo descubro una moraleja y es que a veces necesitamos que alguien nos tienda una mano para descubrir nuestros valores.Sigue escribiendo estas cosas tan bonitas.Un beso.

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  3. Bonito todo !!!

    Bonito cuento y precisos delantales.

    Charo Mtnez-Carande

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